El debate Natanson. Una reseña culpable | Centro Cultural de la Cooperación

El Búho y la Alondra

El debate Natanson. Una reseña culpable

Autor/es: Ana Grondona

Edición: Ciclos y viceversa


Este artículo busca reponer el debate que siguió a la publicación del texto de José Natanson (“El macrismo no es un golpe de suerte”) en el que, luego de los resultados preliminares de las PASO, se proponía una interrogación y caracterización compleja de Cambiemos como fenómeno político. A partir de la revisión de una veintena de respuestas a aquella intervención, retoma algunos de los principales nudos del debate y analiza los modos en que se fueron hilvanando en el entramado más amplio de algunas clásicas discusiones de las izquierdas latinoamericanas.

Los resultados de las elecciones de medio término en 2017 fueron, como era de esperar, objeto de diversos análisis e interpretaciones. Una de las intervenciones que mayor polvareda levantó fue un artículo de José Natanson publicado en Página/12 (El macrismo no es un golpe de suerte) a las pocas horas del incompleto –y amainado, supimos después– escrutinio provisional de las PASO. Se trató, sin duda, de un gesto provocador. No tanto porque se invitara a los lectores de Página/12 a hacerse preguntas menos autocondescendientes sobre el carácter de Cambiemos y su victoria –las intervenciones posteriores mostraron que esas interrogaciones eran bienvenidas–, sino porque se adelantaban algunas tesis polémicas. En efecto, la discusión giró mayormente en torno a la caracterización de Cambiemos como “nueva derecha democrática”.

En su texto, Natanson se propuso analizar algunas de las tendencias sociales que el macrismo consiguió interpelar. Señalaba, por ejemplo, que el Gobierno se atrevió a nombrar asuntos que generan preocupación social (por ejemplo, el narcotráfico) y sobre los que el kirchnerismo no había elaborado “políticas concluyentes”. Esta nueva derecha no inclusiva, pero sí compasiva (según el análisis propuesto), se sostiene en dos pilares: la decisión de mantener el “generoso entramado de políticas sociales construido por el kirchnerismo” y una renuncia al estilo privatizador del neoliberalismo que conocimos en la década del noventa. Se trata, incluso, de un neoliberalismo que admite mejoras en algunos servicios públicos, tales como el transporte, el cuidado del espacio común (parques y plazas) y cierta oferta cultural orientada a la clase media. Así, resultaría baladí insistir en las comparaciones entre la gestión de Cambiemos, la década menemista o la dictadura cívico militar del 1976-1983. La nueva derecha, aunque desreguladora, aperturista y antiindustrialista incluye, según Natanson, una propuesta de justicia, sintetizada en la perspectiva de igualdad de oportunidades y las exhortaciones a recuperar la “cultura del trabajo” en las que resuenan los ecos del mito de “m’hijo el dotor”. Asimismo, el macrismo habría logrado expresar ciertos rasgos de época a partir de la apelación a “valores pos-materiales”, un cierto estilo de vida eco-friendly, de retórica new age y bicisendas que impulsa la revalorización de una cotidianeidad tranquila que contrasta con la retórica kirchnerista del sacrificio totalizante. También habría logrado impulsar una “renovación modernizante de la política” que prefiere formas del diálogo individualizante y cara a cara antes que la autocelebración de las masas en grandes y heroicos actos de estadio.

En los días y semanas que siguieron a su publicación, quedó poco sin discutir del texto de Natanson. Ni siquiera el título permaneció al margen de disputas. En un artículo publicado por la Agencia de Noticias Paco Urondo (Natanson, fiscales y manipuladores), Damián Scelci se preguntaba por el destinatario imaginario que proyecta quien supone que hay que aclarar que el macrismo no fue un golpe de suerte. A partir de ello, Scelci acusa a Natanson de machacar sobre la imputación de haber subestimado al macrismo, tan frecuentemente lanzada contra los kirchneristas y que, desde su punto de vista, la propia retórica de la denominada “campaña del miedo” desmiente: las advertencias mostraban que se conocía la dimensión y seriedad del peligro.

No corrió mejor suerte otro de los presupuestos del controversial artículo: la envergadura de la performance del oficialismo en las elecciones de medio término. En sus respectivas intervenciones, Fernando Rosso (Cambiemos: ¿Una Nueva Hegemonía?), Atilio Boron (El macrismo y sus límites), Ricardo Aronskind (Sobre la depresión kirchnerista) y Julio Burdman (La ideologia del partido) cuestionaron la pretendida contundencia de la victoria electoral de Cambiemos. Este último con un interesante matiz, al señalar que su expansión y consolidación electoral a nivel nacional deben pensarse en relación con su configuración como partido impulsado desde el Estado, aspecto que compartiría con el kirchnerismo.

No está de más subrayar que, a contramano de la (paradójica) acusación de Sofía Mercader y Martín Becerra (en el artículo El progresismo en su laberinto), según la que “el ‘progresismo’ latinoamericano, salvo excepciones, es poco empirista y muy aficionado a vagas generalizaciones”, los artículos mencionados pocas líneas más arriba expusieron y compararon los resultados de 2017 con datos de otras elecciones de medio término de 1983 en adelante ¿Meras excepciones al impresionismo latinoamericano? Nos encontraremos, más adelante, con otras.

Más allá de estas reyertas, el centro de la polémica fue, como sugerimos al comienzo, la caracterización del macrismo como una “derecha democrática” capaz de desplegar un nuevo proyecto hegemónico. A propósito de este segundo punto, el fantasma de Antonio Gramsci, que casualmente celebraba sus 80 años, se hizo irremediablemente presente, al tiempo que se le sumaron otros, por caso el de Ernesto Laclau, el de Juan Carlos Portantiero y el de René Zavaleta.

Al retomar la historia del concepto de “hegemonía”, Fernando Rosso, Atilio Boron y Claudio Scaletta (La fiesta de Gramsci) recuerdan que la conducción moral y política de una sociedad (esa es la definición más general que dio Gramsci de “hegemonía”) no puede reducirse a la esfera superestructural como si fuera autónoma de las determinaciones económicas. El inviable modelo económico macrista no podría ser fundamento de un proyecto hegemónico perdurable ni en el mediano ni en el largo plazo. Tal como preveían Horacio González, Fernando Rosso, Ricardo Aronskind y Atilio Boron, el tiempo inmediatamente post electoral iba a estar signado por un nuevo ajuste acorde a las persistentes demandas del “círculo rojo” que exige menor déficit, más flexibilidad laboral y “nuevas oportunidades de negocios”. Asociado con este punto, la proyección de futuros de diverso alcance, Nuria Giniger y Rocco Carbone (¿Un proyecto hegemónico?) señalan que Cambiemos tampoco alimenta proyectos de ascenso social análogos a aquella fantasía de “emblanquecer” a los “negros” que albergó el menemismo. Según estos autores, no hay demasiada promesa de futuro próspero que acompañe al “sinceramiento” al que se nos invita. Resulta interesante señalar que los distintos artículos del debate no coinciden con esta última tesis, pues tienen apreciaciones diferentes acerca de los modos en que el macrismo balancea pasado, presente y futuro (por ejemplo, Andrés Tzeiman en Hacer memoria viva del kirchnerismo: reflexiones acerca de la construcción de una alternativa política al macrismo).

Pues bien, si, como desconfían algunos de los artículos con que respondieron al de Natanson, Cambiemos no encarna (al menos aún) un nuevo proyecto hegemónico: ¿frente a qué estamos? A su modo, todos y todas dan vueltas sobre el asunto. Fernando Rosso, por ejemplo, retoma la figura de “empate hegemónico”, acuñada por Juan Carlos Portantiero, para pensar la actual coyuntura.

Jorge Alemán, por su parte, regresa en su artículo (Macri: diferencia entre Poder y Hegemonía) sobre la interpretación más laclauiana del problema de la hegemonía. En esa clave, distingue la reproducción homogénea de las relaciones desiguales de poder propias de esta nueva mutación del capitalismo que representa el neoliberalismo, por un lado, de la construcción de hegemonía que parte, siempre, de un vacío, de heterogeneidades que deben articularse y combinarse, por el otro. Las reflexiones de María Pía López en uno de los textos que continuó la polémica en el sitio mismo de su origen (¿Qué hay de nuevo, viejo?) avanzaba en un sentido semejante al subrayar el carácter tautológico del macrismo como esquema en el que no pareciera existir discordancia entre los poderes fácticos y los poderes estatales en manos de una clase gerencial. Ya no habría necesidad de fábulas que atenúen la injusticia que se reproduce y profundiza, o, en rigor, habría sobrevivido tan sólo una: la del timbreo como escena de presunta igualdad conversacional entre los absolutamente desiguales.

Los argumentos que ponen en cuestión el supuesto carácter “democrático” de la derecha, el otro gran nudo del debate, se desgranaron de diversos modos. En primer lugar, muchos artículos, enumeran las distintas iniciativas de la administración de Macri que desentonan con la forma en que Natanson (y Cambiemos) presenta(n) esta “nueva derecha”. Ya en una de las primeras respuestas, publicada al día siguiente del artículo, también en Página/12, Martín Granovsky (¿Derecha democrática?) consignó un extenso listado de intervenciones reñidas con la “calidad democrática”: el uso de decretos de necesidad y urgencia, las afrentas al sistema internacional de garantía de los Derechos HUmanos, el modo de selección de los miembros de la Corte Suprema, la insistencia en un discurso pre-Nunca Más, la generalización de figuras como “resistencia a la autoridad” para restringir derechos de movimiento y de protesta, el tratamiento del caso Santiago Maldonado, la presión sobre la justicia laboral, la detención irregular a Milagro Sala y los manejos en el Consejo de la Magistratura. Muchos de los artículos que siguieron, retomaron este inventario y agregaron nuevos elementos. Por ejemplo, Atilio Boron sumó el ataque contra Gils Carbó y la “involución neocolonial” que testimonian las posiciones asumidas en relación con las Islas Malvinas y la UNASUR y de la que también resultan síntomas el pobre desempeño en el G20, la renuncia a proyectos estratégicos como el ARSAT III y la reproducción genuflexa de las posiciones de Washington, por ejemplo, sobre Venezuela. El artículo de Diego Tatián (Lo siniestro) agregó al listado de gestos autoritarios el desprecio de clase y la puesta en marcha de un impreciso pero intenso sistema de crueldades. Nuria Giniger y Rocco Carbone, por su parte, tomaron nota de la represión a los maestros de la Escuela Itinerante en la Plaza del Congreso, la cacería de las fuerzas de seguridad luego de la manifestación de Ni una menos, la represión a los cesanteados de PepsiCo, las amenazas a los dirigentes populares y el fallo del 2x1 de la Corte Suprema. Finalmente, Damian Scelci también incluyó el cierre del Buenos Aires Herald y, podríamos pensar más en términos generales, la notable reducción de voces alternativas. María Pía López sintetizó buena parte de estos catálogos bajo la fórmula: “Linchar para atrás, disciplinar para adelante”.

Mención aparte merece la reflexión sobre el manejo fraudulento del escrutinio preliminar de las PASO, que para muchos textos presenta un contraejemplo claro en relación con la caracterización de Natanson pero que, apresurado, su análisis omite. Al respecto, el artículo de María Pía López asocia aquella (presunta) “picardía” a la violencia de un racismo para el que hay votos que simplemente no cuentan, tal como quedó expuesto en el montaje farsesco de planillas a todas luces adulteradas, un gesto cínico que ridiculiza todo acto electoral en sí mismo. Horacio González se refería en su texto (¿Cómo discutir el macrismo? Una polémica con Natanson) a una fraudología más amplia con la que el macrismo confiesa que, en definitiva, padece las leyes y desea rasgarlas.

Otro modo en el que los artículos problematizaron el carácter “democrático” de la “nueva” derecha fue mediante la revisión en clave histórica de los legados de la que resulta heredera. Tal fue el caso, por ejemplo, de los escritos de Atilio Boron y del de Nuria Giniger y Rocco Carbone. En el primer caso, Boron recuerda que desde la Revolución Francesa han sido los sectores subalternos los que han escamoteado democracia a los sectores poderosos y a las derechas políticas; mientras que Giniger y Carbone se detienen a revisar, más cerca en el tiempo, el modo en que en la Argentina post-dictadura “la democracia” fue un territorio de disputa entre quienes la ambicionaban programa político y social y quienes se apuraban a reducirla a mero esquema electoral.

En sintonía con esta pregunta por los pasados de la novedad del presente, otros textos se interrogan acerca de los modos en que el macrismo se encuentra y desencuentra con diversas tradiciones y memorias: la de la dictadura militar, declinada de modo singular, con sus señores jujeños del azúcar, sus complicidades civiles o sus programas de ordenamiento económico (tal como analizan, por ejemplo, los textos de María Pía López y Andrés Tzeiman); la del experimento neoliberal del menemismo (para Diego Tatián, Nuria Giniger y Rocco Carbone) y el duro letargo de los (ni más ni menos que) siete años hasta que germinaron las primeras resistencias (Atilio Boron). También se convocan las memorias del 2001 y las contingencias que mediaron para que fuera Néstor Kirchner quien llegara a la presidencia –quizás el golpe de suerte tenga algo que ver en el asunto, después de todo–. Azares que permitieron sortear la inercia reproductiva del status quo que hace tiempo acompaña algo así como un 40% del electorado nacional, según Ricardo Aronskind. Yendo más atrás, Andrés Tzeiman ilumina las fantasías restauradoras del proyecto del primer bicentario, trágicamente interrumpidas el 17 de octubre de 1945 y que también resuenan en los discursos de Macri. Por su parte, Damian Scelci incluyó al onganiato como capa de la memoria que también moviliza el macrismo.

También con intención genealógica, Horacio González cuestionaba la asociación propuesta en el texto de Natanson entre la meritocracia que promete Cambiemos y el imaginario de “m’hijo el dotor” que emergió al calor de la experiencia migratoria de comienzos del siglo XX. Las tradiciones socialistas, anarquistas y mutualistas en las que ella se imbricó obligan a una pregunta más cuidadosa sobre ese proceso y las representaciones de ascenso social con las que suele asociarse. González propone a una escucha más atenta y menos apresurada de las lenguas de la clase media y los ecos que de ella retoma o no el macrismo. Esta interrogación sobre los sectores medios, sus humores y vaivenes es, sin dudas, otro de los asuntos que se retoman en el debate y sobre los que es probable que debamos seguir pensando. Por ejemplo, Claudio Scaletta reflexiona sobre estos sectores y su resbaladizo estatuto de clase valiéndose de los estudios de Ezequiel Adamovsky sobre el tema.

Esta última incursión en el escarpado territorio de las clases medias, conduce a la pregunta más general por los sujetos o actores que participan en la escena política y macrista, los interpelados, los excluidos y los contradestinatarios. En este punto, muchos de los artículos parecen coincidir en que la fascinación por las tecnologías sociales desplegadas por el macrismo (que denuncian Santiago Gómez y María Pía López, entre otros) juega una mala pasada al análisis de Natanson. Escudriñando un poco más de cerca los deseos y pasiones que alimentan la máquina macrista no encontramos la ilusión de una conversación rawlsiana dispuesta a discutir racionalmente (Horacio González), sino un difuso autoritarismo social (Gisela Catanzaro y Ezequiel Ipar), muy afín al sentido pragmático con el que el neoliberalismo sabe despachar las ilusiones democráticas en favor de la libertad de mercado (Atilio Boron).

Nueva excepción al impresionismo latinoamericano, Gisela Catanzaro y Ezequiel Ipar (Nueva derecha y autoritarismo social) presentan datos de una investigación empírica en la que, retomando las viejas enseñanzas de las investigaciones de la Escuela de Frankfurt sobre el fascismo, han podido medir a través de una escala de actitudes la propensión de distintos sectores al autoritarismo. La afinidad entre actitudes autoritarias y apoyo al macrismo resulta, según los datos, ineludible. Lejos de ser un rayo en un cielo sereno, el macrismo logra representar el deseo de venganza y las pasiones de un microfascismo cotidiano extendido en la sociedad. También Alemán se interesa por estas filigranas del alma neoliberal embelesada por músicas livianas y bicisendas, pero cuya contracara necesaria es un odio muy prolijamente cultivado. Mientras algunos textos subrayan la manipulación de las masas, estos otros parecen más dispuestos a preguntarse por el humor social autoritario que Cambiemos logró encarnar. Y se trata de un asunto importante, porque como muestra María Pía López, la reflexión más en términos de encuentro que de mera manipulación permite reconocer también los aspectos de estas subjetividades que “quieren vivir tranquilos” que fueron alimentadas por el propio kirchnerismo. Por esta vía, por ejemplo, podemos preguntarnos por los deslizamientos entre el derecho al consumo y las trampas del consumismo con sus delirantes (y muy peligrosas) promesas de plenitud.

A lo largo de esta reseña nos hemos centrado principalmente en los textos polémicos en relación con la intervención de José Natanson. Sin embargo, también los hubo celebratorios. Estos otros artículos también se interrogan acerca de los modos de conciliar los gestos autoritarios de Cambiemos con su caracterización como “derecha democrática”. Pablo Semán (No estás ciego si no ves donde no hay nada), por ejemplo, inscribe el mentado autoritarismo de Cambiemos en la ola regional del “Temer/Madurismo”. Así, la apelación a una barra oblicua permite unificar, sin más, lo que desde otras perspectivas resultan posiciones diferentes que han construido legitimidades muy distintas a través de procesos históricos en los que han ocupado lugares antagónicos. Sin referirse a la barrita de Semán, González advierte esta operación al recordar que la etiqueta de “derecha democrática” estaba ya disponible en distintos artículos de Le Monde diplomatique “para dar una versión muy poco interesante de lo que ocurre en Venezuela”. Así, aunque “no es Natanson quien lo dice, […] al leerse en la revista que él dirige nociones como la de ‘nacional-stalinismo’ para calificar al gobierno venezolano, bajo la sensata idea de que hay que cuidar la esfera democrática, se la deposita como óvalo sufriente en la actividad de los golpistas –a los que no se llama así– y se omite el nombre real, por todos sabido, de los fuertemente implicados en las operaciones de clausura democrática en Venezuela”.

González alude con esta reflexión, y en general a lo largo del artículo, a otro asunto que sin estar “en el centro” del debate, lo asedia: ¿quién puede y quién no puede hablar del macrismo?, ¿desde dónde se habla?, ¿cómo se construye esa escena de enunciación, cuáles son sus lógicas de legitimación y de impugnación? Natanson en su intervención se muestra repetidamente vacilante, no quiere que se malinterprete su intento de comprensión como apología, teme que le lancen unos tomates imaginarios. Pero también, como señalaba Scelci, proyecta como contradestinatario un personaje obcecado que se rehúsa a una indagación desapasionada del macrismo capaz de revelarnos su naturaleza más objetiva. La operación de Semán a la que nos referimos más arriba también opera en esta deriva de la polémica, pues quien no esté dispuesto a reconocer la fluidez del “ismo” aludido y a aceptar la evidencia de la mentada barrita nos muestra, desde el inicio, que es un mal candidato para comprender al macrismo y su tiempo. Del mismo modo, Sofía Mercader y Martín Becerra deslizan una impugnación a la legitimidad para analizar o debatir los rasgos autoritarios de la nueva Alianza –rasgos que reconocen sobre todo en el slogan “Haciendo lo que hay que hacer”, que saca de la discusión precisamente el qué hacer–. En definitiva, según estos autores, tales diatribas resultan indiferentes para una sociedad que se cansó de escuchar pretextos para el uso de “la institucionalidad estatal con lógica patrimonialista en los años previos”.

Estas voces, más afines al artículo de Natanson y su caracterización de Cambiemos como “nueva derecha democrática”, se entusiasman al sumar críticas al balance de la década kirchnerista y, en algunos casos, a lo que identifican como “progresismo” (Sofía Mercader y Martín Becerra y, en un sentido contrario, Santiago Gómez). Algunas de ellas nos parecen apresuradas. Resulta por lo menos polémico acusar (como hacen Sofía Mercader y Martín Becerra) a la gestión que, mediante el diseño de la AUH [Asignación Universal por Hijo], impulsó la ampliación de la seguridad social a trabajadores informales y desempleados de “falta de producción de ideas y propuestas concretas sobre el problema del trabajo, de su precarización, de su reparto desigual”. Por cierto, el artículo de Santiago Gómez (Respuesta a Natanson: sos prudente en las tinieblas y con los gatos) hace una crítica emparentada a esta que hacemos aquí, pero, en esa ocasión, en referencia al modo en que Natanson describe “el generoso entramado de políticas sociales construido por el kirchnerismo”. En cualquier caso, muestran que en el trasfondo del debate sobre la caracterización de esta coyuntura presente resuena la polémica sobre cómo comprender (y también cómo y qué criticar) los años inmediatamente precedentes.

Estrechamente vinculado a lo anterior, González también invita a una reflexión sobre los modos en que entendemos y las condiciones en que actualmente debatimos. Volvemos, pues, a interrogarnos sobre neutralidades, sobre los modos en que producimos nuestros dispositivos de comprensión (y las maneras en que ellos nos producen), las implicancias de caracterizar o categorizar un fenómeno y las formas en que lo hacemos. Natanson afirma que una de las virtudes del macrismo fue la de nombrar ciertos males que el kirchnerismo pretendía barrer bajo la alfombra. Además de problematizar cómo nombran esos nombres, lo que jerarquizan, lo que iluminan y lo que oscurecen, González juega con cierto paralelo con la misión que se propone el propio director de Le Monde diplomatique, que también nombra (y de un cierto modo) aquello que desea comprender.

Nombrar no es sencillo. Sólo parece serlo para un proyecto de ciencia sin tragedia, de una ciencia cínica que muy superfluamente puede confundirse con la invitación weberiana a la neutralidad valorativa. Pero incluso quienes no nos sentimos particularmente atraídos por aquella invitación, podemos reconocer el sentido trágico que trasunta en aquella interpelación a colocarnos anteojeras y comprometernos a una práctica rigurosa y especializada en la que se nos juegue, ni más ni menos, que el alma.

La ciencia cínica (a diferencia de la ciencia trágica weberiana) se conforma con invertir lo que se proyecta imaginariamente como el punto de vista dogmático, darlo vuelta sin conmoverse, desde fuera, sin atravesar la duda ni desestabilizar evidencias. Con algo que se parece más a un gesto de desdén que al compromiso ético de la crítica logra, sin embargo, un efecto (fantasiosamente) crítico en el que sin duda operan, y muy intensamente, mecanismos ideológicos de reconocimiento potenciados por la lógica de las redes.

A pesar de la rápida y prejuiciosa acusación de “impresionista”, son las respuestas polémicas las que muestran mayor afinidad con la ciencia trágica weberiana. Esos intentos desesperados por comprender que movilizan escalas de actitudes, estadísticas electorales, buceos genealógicos en distintas capas de la memoria colectiva. En general, son intentos asediados por dudas. Así, aunque no admiten concederle carácter “democrático” a eso que se llama macrismo, no resulta sencillo decidirse por una caracterización alternativa: López ensaya con el término “post-democrático”, mientras que González nos invita a imaginarlo como en una fisura entre la democracia y la dictadura. En ningún caso se conforman. También los aguijonea la interrogación permanente por las luchas populares, por su insistencia en estos dos años y pico de Cambiemos, su vitalidad aun cuando no logren articularse como alternativa electoral. No es la nostalgia ni el escapismo lo que fuerza a girar también hacia allí la mirada, sino la convicción acerca de la centralidad de la lucha de clases. ¿Arcaísmo? Se verá. La ciencia trágica sabe ser vintage.


Los artículos de la polémica revisados para esta reseña culpable


Cómo citar este artículo:
Ana Grondona. "El debate Natanson. Una reseña culpable". El búho y la alondra [en línea]  Enero / Junio 2018, n° Ciclos y viceversa. Actualizado:  2018-01-18 [citado 2024-03-29].
Disponible en Internet: https://www.centrocultural.coop/revista/ciclos-y-viceversa/el-debate-natanson-una-resena-culpable. ISSN 2618-2343 .

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