Un discurso agrario relevante | Centro Cultural de la Cooperación

Un discurso agrario relevante

Autor/es: Alejandro Rofman

Sección: Opinión

Edición: 3

Español:

La supuesta “igualdad” entre los productores del agro argentino es una ficción. Ese concepto, que pretende englobar a todos en un espacio social como el de “sector agropecuario” es utilizado por los sectores sociales que hegemonizan la actividad agrícola en forma intencional para tapar la realidad de que hay varios “campos”. Para ello, los personeros de esa fracción del capital aplicado a la producción agrícola -claramente definido como un sector financiero y no productivo, que entra y sale con velocidad del negocio- subsumen en la cumplimentación de sus objetivos rentísticos a todo el sector y hablan en nombre de él. La supuesta “homogeneidad”, que implica que todos son iguales y todos están afectados por los mismos procesos, es un subterfugio para acumular fuerzas a favor, en una realidad que es muy diferente para “ganadores” y “perdedores” en el proceso agrario.


Leemos en un texto publicado hace un par de años, conceptos fundamentales para una comprensión acabada del funcionamiento de la actividad agraria en la Argentina.

Transcribimos textualmente: “Para un debate esclarecido sobre el acceso a la tierra y su sostenibilidad conviene reflexionar sobre la definición de “sector agropecuario” y distinguir que no todo en él es lo mismo.

Por empezar, no son iguales un productor pampeano que un extra pampeano, ni desde lo económico, ni desde lo cultural ni desde el medio ambiente.

El concepto “sector agropecuario” (hoy diríamos “Campo”, nota mía) ha servido a los grandes grupos agrícolas para fortalecer su imagen, la pertenencia a un sector fuerte de la economía a la hora de presionar por la distribución de la renta en el país ante otros sectores como la industria y los servicios. Para esos ámbitos de poder es vital mantener inquebrantable el concepto-imagen de sector homogéneo. Ya que ellos por sí mismos -la oligarquía antes y los fondos de inversión y pools de siembra hoy- son minoría.

No obstante, necesitan de los productores y apelan a ellos para reclamar en nombre del sector agropecuario (“campo”, repetimos nosotros) a la hora de presionar por la definición de políticas favorables a sus intereses.

Para discutir el uso y tenencia de la tierra, hay que aclarar que no todos los actores son iguales en el sector agropecuario”. (pp. 59-60).

Más adelante, el texto expresa: “Una diferencia sustancial con los grandes empresarios agropecuarios (no familiares) es que conciben la tierra como un negocio, no en función de su utilidad social… Por lo tanto, cuando la rentabilidad disminuya el empresario de escala reestructurará su negocio o, si el resultado no mejora, cambiará de actividad sin miramientos”.

Luego, se afirma: “Actualmente, la legislación vigente sobre arrendamientos permite que estos fondos entren y salgan del agro a su antojo, alquilen tierras por una cosecha despreciando el aspecto conservacionista del suelo. Es que es la figura legal del contrato accidental lo que pone en marcha esa lógica de minero ante un recurso como lo es la tierra”.

Y el escrito cierra con esta elocuente afirmación: “De paso (los fondos) compran insumos en las casas centrales, la maquinaria y agroquímicos también, venden fuera del distrito o provincia y por lo tanto tributan también fuera de las regiones de donde extraen la producción. Esto hace que incidan en una estructura económica que disminuye el mercado interno, las fuentes de trabajo y el consumo en las localidades del interior. Sencillamente, porque devaluación mediante les interesa solamente el mercado externo. Y el modelo es cómplice porque se generan divisas a través de la soja y otros productos primarios de manera tal que ese esquema recesivo y concentrador se refuerza cada vez más”.

Estas notas, que constituyen el eje central de un análisis sobre el desarrollo contemporáneo de la Pampa Húmeda, se vinculan con un diagnóstico previo, inserto en las páginas iniciales del libro, sobre la concentración de la tierra, la exclusión social, la caída del empleo, la desaparición de la pequeña producción y el rol clave del capital financiero en la agricultura extensiva pampeana, dominada por la soja.

Antes de clarificar sobre los autores y responsables institucionales del texto, cabe reconocer que los conceptos previos reúnen lo necesario para ratificar el perfil actual de la actividad agroexportadora de la producción agrícola en la Pampa Húmeda, dominada por la soja, que cubre, al momento de escribirse estas aseveraciones, el 80 % de las cosechas de verano, con un 20 % adicional que corresponde al maíz.

En el desarrollo de lo arriba transcripto surgen algunas cuestiones que son críticas en el desarrollo reciente de la “sojización” pampeana.

En primer lugar, se reconoce explícitamente que hay una profunda heterogeneidad estructural en la división de la tierra rural que ocupa el espacio llamado “sector agropecuario”. Así, tal como lo hemos venido diciendo en forma insistente, no deben igualarse las modalidades dominantes que rodean el proceso productivo de un agricultor “pampeano” y el que reside fuera de los límites de esa área geográfica e, incluso, entre los que residen dentro de la Pampa Húmeda. Es una ficción la supuesta “igualdad” entre los productores del agro argentino. Ese concepto, que pretende englobar a todos en un espacio social como el de “sector agropecuario” es utilizado por los sectores sociales que hegemonizan la actividad agrícola en forma intencional para tapar la realidad de que hay varios “campos”. Para ello, los personeros de esa fracción del capital aplicado a la producción agrícola -claramente definido como un sector financiero y no productivo, que entra y sale con velocidad del negocio- subsumen en la cumplimentación de sus objetivos rentísticos a todo el sector y hablan en nombre de él. La supuesta “homogeneidad”, que implica que todos son iguales y todos están afectados por los mismos procesos, es un subterfugio para acumular fuerzas a favor, en una realidad que es muy diferente para “ganadores” y “perdedores” en el proceso agrario.

En segundo término, se reconoce que para el sector dominante, capitaneado por el capital financiero, y que integra como eje productor el de los propietarios de grandes propiedades, poco importa la función social del agricultor familiar, que es antitética en términos de los objetivos del grupo hegemónico, que entra y sale del mercado según la renta y la tasa de ganancia obtenida.

En tercer lugar, la figura del arrendamiento temporal, solo por una campaña sojera, es fuertemente criticada dado que a sus favorecidos nada les interesa la preservación de la calidad del suelo y el asentamiento de un agricultor familiar, con sus dependientes, que asegurarían otro tratamiento sustentable de la tierra.

Finalmente, el último párrafo es concluyente. Consiste en un rechazo frontal a los grupos económico-financieros (pools de siembra, fondos de inversión) que arriendan predios y luego de obtener la producción de soja llevan fuera de la región productora el volumen recolectado, afectando ingresos, empleo y estabilidad de la agricultura familiar en el espacio geográfico claramente desfavorecido por este modelo productivo.

Un diagnóstico de este perfil no deja lugar a dudas. La producción familiar, la preservación del medio ambiente, la retención de empleo e ingresos en las zonas donde se obtiene soja, la presencia especulativa del capital financiero predominante y el manejo equívoco de una visión homogénea de la estructura social de los productores constituyen elementos definitorios de un perfil socio-económico que impide realizar diagnósticos comunes a todos los actores sociales. Ni tampoco, y eso es lo más importante, se pueden mezclar las aspiraciones de los pequeños con las de los grandes, apoyados por el capital financiero especulativo, ni es correcto levantar propuestas políticas que engloben a todo el sector de modo indiferenciado.

Este excelente diagnóstico de la realidad agraria argentina fue escrito en el año 2004 y publicado en agosto de 2005, hace sólo tres años.

Ah! Nos olvidábamos. El texto pertenece a un libro editado por la Federación Agraria Argentina, denominado La tierra. Para qué, para quiénes y para cuántos. Por una agricultura con agricultores, que compendia los aportes a un Congreso sobre “Uso y Tenencia de la Tierra” organizado por la FAA, prologado por el Sr. Eduardo Buzzi, entonces ya presidente de dicha institución y secundado, en calidad de director de la institución, entre otros, por el Sr. Alfredo de Angeli.

¡Qué frágil memoria la de estos “defensores” de los pequeños productores, apresados, según el texto, por los intereses y los manejos económicos de los grandes propietarios, el capital financiero y los explotadores irracionales de la tierra! Hoy han cambiado totalmente de bando y se han sumado a los que pocos años antes eran denunciados como acaparadores de rentas e ingresos y destructores de la tierra por el cultivo sojero, donde el arrendamiento temporal constituye la herramienta más formidable para viabilizar este nocivo modelo. Sobre todo cuando hoy esos “pequeños”, en un 80 %, alquilan sus tierras en vez de conservar su rol histórico de agricultores familiares, el que el libro caracteriza como una “agricultura con agricultores”. Quizás no es falta de memoria sino, probablemente, acomodamiento de los intereses de los representados por la FAA, en un rol de “furgón de cola”, con los que defienden los sectores dominantes.

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