"Herida profunda" Los piqueteros: Una mirada desde la historia | Centro Cultural de la Cooperación

"Herida profunda" Los piqueteros: Una mirada desde la historia

11/01/2011

Este artículo fue escrito en el contexto de la crisis de 2001 por dos historiadoras (una de ellas Graciela Browarnik, del Archivo Oral "Subjetividad, política y oralidad de la Biblioteca Utopía) preocupadas por la proliferación de discursos xenófobos y a favor de la represión de aquel entonces que veían a los trabajadores desocupados como subversivos o como adalides de la revolución. Algunas de las entrevistas que dieron origen a este artículo forman parte de nuestro archivo oral, que inevitablemente muestra las continuidades y las contradicciones de los discursos públicos y privados y tiene como una de sus funciones la de interrogar al presente.

Herida profunda

Los piqueteros: Una mirada desde la historia

Por María Marta Aversa - Graciela Browarnik

Numerosos interrogantes se presentan en torno al proceso de reconstrucción de la historia reciente de nuestro país, sobre todo cuando como historiadores debemos desplegar nuestra mirada retrospectiva desde un presente poblado de conflictos y tensiones políticas, sociales y económicas.

En este contexto resulta de vital importancia arriesgarnos al análisis de ese pasado incorporando las memorias y los relatos de sujetos históricos que representan fenómenos sociales novedosos e inéditos para la sociedad Argentina.

Los Movimientos de Trabajadores Desocupados han ingresado en el escenario político durante los últimos años como parte de un proceso de exclusión económica que junto al desmantelamiento de las esferas estatales de protección, cristalizó en la irrupción  de nuevos sujetos sociales: los desocupados de larga data.

Las programas neoliberales aplicados con firmeza a partir de los años 90' junto al desmoronamiento del estilo de gestión social del Estado agudizan la dimensión de una nueva problemática: la extensión de la pobreza y pauperización de los sectores asalariados y medios.

Durante los primeros años de la década de los 90' se llegó a creer en la irrepresentabilidad de los excluidos; quienes no podían ser considerados como una clase sino como una manifestación dolorosa de las fallas y limitaciones del tejido social. De allí la tendencia a dejar que una parte de la población se borre detrás del problema que la define. Entonces, se hablará del pauperismo más que de los pobres, de la desocupación más que de los desocupados, de la exclusión antes que de los excluidos

Entre las ruinas de un Estado Benefactor abandonado en pos de una pretensión globalizadora que al tiempo que persigue el progreso indefinido abandona lo cotidianamente necesario, la descomposición de la sociedad tiene como contracara la desagregación de los individuos; pero las sombras de los ciudadanos marcados por el dolor y la pobreza lograron durante los últimos años transgredir su tragedia individual conformándose como comunidad tanto por su situación material como por la experiencia diaria  de vivir en los márgenes.

En ese contexto surge el M.T.D. de Quilmes, albergando en su organización a más de diez barrios en situación de emergencia. Su acción de lucha cotidiana se cristaliza en la ocupación de rutas y accesos importantes, conocidos como piquetes.

Participan de las asambleas barriales que se desarrollan en el distrito e incluso trabajan conjuntamente con otras organizaciones sociales, presentando proyectos de microemprendimientos vinculados al mejoramiento del hábitat, compras comunitarias, bibliotecas populares, comedores comunitarios, construcción de viviendas y talleres de costura.

Si bien existe la pretensión de asociar estos movimientos con el modelo de acción colectiva revolucionaria que predominó en los 70', paradójicamente las organizaciones de trabajadores desocupados apuestan a la ocupación y regeneración de los espacios y redes sociales que fueron el blanco principal de la estrategia represiva de los militares en el período de 1976-1983.

Si los propios protagonistas realizan una marcada diferencia entre el actual contexto de lucha social y el contexto de violencia política de los 70'. Cabe preguntarnos, entonces: ¿Qué papel jugó el imaginario social de la dictadura en las prácticas colectivas y las mentalidades de los trabajadores desocupados del M.T.D Quilmes.

Los sentidos que damos a algún período del pasado no pueden dejar de lado las tensiones y dilemas con que enfrentamos el presente. ¿De qué manera se hace referencia  al pasado desde estas zonas marcadas por el abandono y exclusión del Estado y la represión institucional? ¿Es posible encontrar un aprendizaje del autoritarismo aplicado a las experiencias de las luchas sociales actuales?

Entendemos que la reconstrucción histórica de un tiempo desaparecido nos obliga a entender la memoria como un proceso conflictivo y de trabajo cotidiano intentando alejarnos de discursos centrados únicamente en el horror. Es decir, una ética de la memoria que deberá animarse a analizar una sociedad que en el pasado encontró en la violencia una manera de dirimir los conflictos, pero también incorpora  el actual contexto de conflictividad social ampliando nuestro horizonte temporal.

En los relatos de los miembros del M.T.D. y de la comunidad aborigen Kilme que participan de las actividades del piquete prevalecen dos nociones a partir de las cuales se establece una relación, no sólo con la dictadura sino con la historia misma de la dependencia: la de genocidio y la que alude a las continuidades y permanencias de la violencia estatal. El presente parece operar de manera determinante sobre el recuerdo del pasado. ¿Podemos pensar entonces que la transmisión del pasado se halla obstruida por la lucha cotidiana por la subsistencia?

Ambos extremos en este relato, el de la dictadura y el de la protesta de los trabajadores desocupados se hallan determinados por la violencia. Sin embargo, dicho concepto adquiere dimensiones diferenciadas para aquellos sujetos sociales que han atravesado por situaciones traumáticas que desbordan el territorio de nuestra búsqueda.  Violencias cotidianas, reformatorios, hambre, pobreza tiñen estos relatos, transformando a la dictadura en un episodio más, por cierto que no el más traumático en el ciclo de vida de nuestros entrevistados. El piquete se convierte entonces en un llamado de atención dirigido a una sociedad que no ha podido ver más allá de sus miserias individuales, una herramienta a través de la cual se hace visible lo invisible, recuperando así su significado de herida de poca importancia y de objeto demarcatorio en donde se establece una frontera en la difícil relación entre pasado y el presente.

En estos términos, todo será resignificado desde el presente: odian a la policía, odian a los militares en cuanto son ellos mismos quienes siguen ejerciendo el control del territorio que los desocupados consideran como propio: la calle.

El desmantelamiento decidido del compromiso desde el Estado Social tiene que dejar tras de sí lagunas funcionales que sólo pueden rellenarse mediante la represión o el desamparo.  Pero en esas tierras de pobreza y exclusión se levantan las voces y rostros de quienes no se resignan a perderlo todo. Quizás los reclamos y las prácticas de acción política estén dando cuenta del  presente incierto y desolador que los rodea. Ahora bien, ¿es correcto exigir la incorporación  del pasado en las urgentes coyunturas?

Creemos, a pesar de reconocer la preeminencia del presente, que el actual momento de la Argentina exige incorporar el tiempo pretérito en función de reflexionar sobre nuestro futuro y destino colectivo.

Sin embargo, el modo en que el resto de la sociedad ve a los piqueteros, nos advierte acerca de una herida más profunda. El silencio instaurado alrededor de la dictadura, la difícil elaboración de ese pasado configura el modo en que los piqueteros son percibidos, asociándolos a las expresiones de lucha armada de los 70.

En ese contexto, los desocupados  son percibidos como desaparecidos sociales; sin embargo, el piquete es ante todo una aparición, una puesta en escena de su sufrimiento cotidiano ante un público que ha permanecido impasible frente a la progresiva desaparición de aquello que llamábamos trabajo; Un ritual a partir del cual  los piqueteros expulsan las causas de su desdicha, e imaginan soluciones a partir de la comunión, el encuentro entre aquellos que lo han perdido todo.

Neumáticos, capuchas, palos, ollas populares, un espacio en el que compartir el hambre, banderas que representan a los barrios, su lugar de pertenencia, se entremezclan en una ceremonia en la que se manifiesta que los que no tienen nada, todavía tienen el control de la calle, único lugar del que no los pudieron excluir. Aquellos que han permanecido en los márgenes también tienen ahora una función: la de ejercer el control sobre la tierra de nadie.

El fuego, los palos, las caras cubiertas nos alejan por un momento de la pretensión, hoy en pleno fracaso, de pertenecer a un primer mundo tecnológicamente globalizado,     el piquete es el espacio de aquellos que no han recibido las mieses del progreso, y resisten del modo más primitivo, a la vera del camino haciendo visible su pobreza.

La sociedad que ayer había negado las desapariciones y durante más de diez años creyó convivir en medio de un presente abonado con la desocupación de los otros se ve sorprendida por la presencia de los trabajadores desocupados que no se resignan a dejar de reclamar por lo que creen, les pertenece: el derecho a trabajar dignamente. Aún cuando deban olvidar las enseñanzas de la represión pasada, han decidido abandonar el espacio seguro del miedo para recuperar la calle. Sin embargo, quedan preguntas abiertas: ¿Qué espera el resto de la sociedad de los piqueteros?

Tal vez una revolución que ellos no esperan hacer. Ellos tienen otras premisas: comida para sus hijos y un trabajo digno.

(Publicado originalmente en El Politólogo, año 3, n° 1, diciembre 2002)

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