UN PLAN VERDE PARA USAR LOS VERDES | Centro Cultural de la Cooperación

UN PLAN VERDE PARA USAR LOS VERDES

28/09/2021

Un nuevo aporte al debate ambiente- desarrollo: se debe pasar de una discusión entre “ambiente o producción” o “ambiente o exportación”, a otra, más productiva de “ambiente y desarrollo”. Podríamos encontrar no solo que el ambiente puede ser un vector de desarrollo, sino que desarrollar las capacidades estatales para la planificación de la transición ecológica contribuye a la generación de capacidades estatales para la planificación del desarrollo, y que dicha transición marca también el horizonte de nuestra inserción internacional.
 
Escribe: Genaro Grasso

Recientemente un debate fundamental se coló entre las discusiones de lxs economistas: la discusión entre ambiente y producción, es decir, qué tipos de producción se puede permitir un país en subdesarrollo, con problemas de empleo pero que, al mismo tiempo, posee algunas de las reservas naturales más importantes del mundo y poblaciones que viven en contacto con ellas. Ahora bien, si comenzamos a indagar, encontramos que las causas del subdesarrollo productivo y financiero se entrelazan con la degradación ambiental, y que, por el contrario, las capacidades estatales necesarias para la transición ecológica son similares a las de la planificación del desarrollo.

Necesitamos infinitos dólares. No emitimos dólares. Exportamos lo que tenemos. Esa precaria ecuación resume la macroeconomía argentina. Los momentos de estabilidad (inflacionaria o de crecimiento y empleo) son facilitados por shocks de divisas (términos de intercambios, endeudamiento), pero, cuando carecemos de ellos, padecemos años y hasta décadas de inestabilidad, crisis cambiaria, recesión, aceleración inflacionaria, cesaciones de pagos, desempleo, pobreza. También en ello se resume la relación internacional de la Argentina, su subordinación financiera y productiva a las necesidades de los países con moneda y/o capacidad de compra internacional.

A pesar de que la relación entre producción y ambiente no es lineal o estática, ni que solo las actividades exportadoras contaminan, el debate terminó centrándose en el sector externo. Así, quienes defienden la producción, se convirtieron en “captadorxs de divisas”, y la defensa del ambiente se redujo, en los términos de ese planteo a una lógica anti- extractivista. Esta metamorfosis es, acaso, conveniente para ambas partes, dado que los procesos de exportación de productos primarios suceden en lugares alejados de las elites intelectuales urbanas, y además generan poco empleo, a menudo salarios de subsistencia, y el proceso exportador y el impacto ambiental suelen ser poco cercanos a la experiencia de vida de la mayoría de la población urbana.

Sin embargo, a este debate ambiental transformado en un debate sobre la inserción internacional de la Argentina, le falta la otra pata: para qué se usan las divisas. Esto es una paradoja, dado que venimos de un proceso pre 2019 de endeudamiento insustentable para financiar una fuga de capitales de US$88.000 millones de dólares, es decir, casi 3 cosechas del complejo agroindustrial. Por ponerlo de otra forma: el 75% de la “captación de divisas” o del “extractivismo” del gobierno macrista, se fue por la canaleta de la fuga de capitales. ¿Cuánto más necesitamos expandir la frontera sojera para repagar esa deuda que financió esa fuga? ¿Cuánta minería se necesita, cuántos salmones, cuánta Vaca Muerta, cuánto litio? Con los números actuales, la brecha es abismal.

Pero esto no es solo un problema para lxs “captadorxs de divisas”. De esos US$88.000 millones, US$66.000 millones fueron en billetes, y una parte muy importante de la misma fue minorista (clases medias y altas). Según el BCRA, hubo 4 millones de CUITs compradores de dólares, es decir, el 20% de la población ocupada. Sólo el 63,8% de las compras de personas humanas las hizo el 10% con más capacidad de compra. El 15,9% de las compras totales se las llevó el “decil 9” que compró en esos 4 años un promedio de US$17.000, el 8,4% el “decil 8”, que compró US$9.000 y el 4,9% el “decil 7” con US$5.000. Es decir, el 30% de la fuga fue la compra de divisas por parte de personas muy afortunadas, pero no excesivamente ricas. Evalúe quien lee en qué decil estuvo. El bimonetarismo es un fenómeno más difundido y “democrático” que lo que se cree.

Resulta notable que existan fuertes (y necesarias) campañas en contra del consumo de carne por sus efectos de gases invernaderos, pero que no se mencione la problemática de las necesidades de divisas. En última instancia, lo que no se come se convierte en saldo exportable para financiar estas necesidades. La depredación del ambiente para exportar, la extracción de recursos y su exportación, así como el elevado endeudamiento, sirven para financiar estos ahorros, de los que participan clases medias y acomodadas, incluyendo, probablemente, a quien escribe, quien lee, quien critica al extractivismo, y quien reza que lluevan dólares de exportación. Quienes padecen en sus cuerpos-territorios los efectos del extractivismo no ahorran precisamente en dólares

A estos números de fuga de capitales podemos sumarles los US$ 35.000 millones que salieron en esos 4 años para turismo en el exterior, otra cosecha más. En esos años, también se importaron bienes de consumo por US$31.000 millones y US$18.000 millones de vehículos automotores de pasajerxs. Ello sin tener en cuenta la importación de piezas y partes de celulares y servicios de almacenamiento y procesamiento de datos de las redes sociales –en esas dónde el debate citado entra en ebullición-.

Sin atacar estas necesidades, virtualmente infinitas y muy difundidas, y, por lo tanto, muy incómodas para atacar, el anti-extractivismo se torna abstacto, porque si no lo financiamos con salmones, lo financiamos con deuda externa, y para pagarla luego tenemos que recurrir a los salmones. Dado que la inserción exportadora es muy difícil de cambiar (lleva mucho tiempo y en 100 años de vaivenes no lo hemos logrado), esas necesidades se van a seguir financiando de una u otra manera con recursos naturales. Pero también se torna abstracto el desarrollismo “captador de divisas”, porque el ecosistema no resiste semejante presión para financiar salidas de estas magnitudes. Tampoco somos tan abundantes o competitivos en recursos naturales. La salida exportadora primaria hace al menos una década que muestra severas limitaciones.

En este contexto, no hay nada más verde que usar mejor los verdes. Aunque sean impopulares, los controles de cambios (cepo) y las barreras formales e informales a la importación son necesarios para poner un límite a los procesos de fuga, endeudamiento, y presión exportadora. Existen muchas regulaciones y programas para promover la economía circular, el reciclado, y políticas energéticas, muchas campañas de concientización para el cambio de hábitos, pero (sin pandemia) podemos comprar por internet productos desde el sudeste asiático, viajes al exterior y hasta divisas para ahorro con un solo click. Y no solo eso tiene impacto ambiental en la huella de carbono por el costo de transporte, sino porque esas divisas las pagamos con bosques y con problemas hídricos y del suelo. 

Administrar las necesidades enormes de divisas es el primer eslabón, y no se logra solo con prohibiciones y restricciones, debe ser parte de una serie de políticas para minimizar el bimonetarismo y la dependencia importadora.  El segundo eslabón es emitir dólares. Aunque parezca absurdo, acaba de suceder: el FMI ha creado de la nada US$4.350 millones para la Argentina. Debemos como país poner en valor internacional la asimetría financiera de nuestros países y pelear para conseguir divisas internacionales del FMI a cambio de la protección de reservas naturales, o, en su defecto, poder cancelar deudas. Necesitamos instalar en el debate internacional la necesidad de salir de la dependencia vertiginosa del endeudamiento, los mercados de capitales y las calificadoras de riesgo.

El tercer eslabón es el más difícil, y es, acaso, el que más se debate: cambiar lo que exportamos. Allí hay que rescatar un punto de lxs “captadorxs de divisas”: la estructura exportadora es muy difícil de cambiar, y, hoy por hoy, dependemos de lo que tenemos. Pero también es rescatable un contrapunto de lxs “anti-extractivistas”: no podemos quedarnos solo en eso. Además de los daños ambientales, tanto EEUU como la Unión Europea están debatiendo crecientes restricciones importadoras vinculadas a las emisiones de carbono y otras cuestiones sanitarias, fitosanitarias y climáticas en general. Es decir, exportando lo que hay podemos quedarnos exportando cada vez menos. Puede que convertirnos en un basurero del mundo no sea solo un problema ambiental y social, sino económico: no es negocio.

 Además de desarrollar tecnologías verdes nacionales para no quedar rezagados, los países en desarrollo tienen que reflotar las capacidades estatales para estar a la altura de reconvertir todos sus procesos económicos. Hoy entre lxs “anti-extractivistas” y lxs “captadores de divisas” existe un debate sobre cuánto se puede regular. Desde ya el Estado no es perfecto y puede ser capturado por los grandes intereses privados. Pero me gustaría resaltar que hay un problema en el paradigma de Estado. Se lo piensa como una máquina de incentivos y una agencia de fiscalización. Es decir, se reserva el espacio de planificación integral de las cadenas de valor a lxs privadxs, a veces nucleadxs alrededor de una multinacional, a veces sometidxs a la anarquía e incertidumbre del mercado. Se presupone que hay empresas, tecnologías, desarrollos, planes, y que se debe crear incentivos para que se desarrollen y controles para evitar los impactos ambientales.

Sin embargo, ante una reconversión radical de las economías como la actual, necesitamos otro modelo de Estado, un Estado de Planificación Empresarial, es decir, un Estado que participe del diseño, organización, coordinación y también control de las cadenas de valor, mediante distintas formas, que incluyen el control estatal de un eslabón, la asociación, la financiación, el compre público o la competencia. Esto permite organizar y coordinar la cadena de valor y maximizar las curvas de aprendizaje y escalabilidad, para la creación de sectores competitivos para exportar y adaptarse a las necesidades ambientales. Es Planificación Empresarial, porque debe tener en cuenta la rentabilidad y las condiciones privadas de acumulación, no compite, sino que lubrica las inversiones tecnológicas del sector privado y las orienta de tal manera de no existan inversiones hundidas de tecnologías contaminantes o con un futuro gris en cuanto a su competitividad o inserción internacional. Un ejemplo de ello son ARSAT e INVAP, dos empresas tecnológicas públicas que han organizado todo un cluster privado de desarrolladores y que hoy exportan servicios satelitales, reduciendo nuestra dependencia de los recursos naturales. Ahora contamos con la incipiente capitalización de IMPSA para subir la apuesta en este sector en disputa justamente. En suma, se debe pasar de una discusión entre “ambiente o producción” o “ambiente o exportación”, a otra, más productiva de “ambiente y desarrollo”. Podríamos encontrar no solo que el ambiente puede ser un vector de desarrollo, sino que desarrollar las capacidades estatales para la planificación de la transición ecológica contribuye a la generación de capacidades estatales para la planificación del desarrollo, y que dicha transición marca también el horizonte de nuestra inserción internacional. Parafraseando a Aldo Ferrer, no solo hay que sustituir el futuro, sino que también hay que volverse competitivo y exportar el futuro, no el pasado. Saliendo del corset de la macroeconomía, tanto teórica como la que encabeza este artículo, vamos a encontrar algunas soluciones superadoras al rompecabezas actual.

 

LINK A LA NOTA: https://nuclear.com.ar/2021/08/24/un-plan-verde-para-usar-los-verdes/ 

 

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