¿Qué cuándo aprendí a ser maestra? Paula Muriel Martinez | Centro Cultural de la Cooperación

¿Qué cuándo aprendí a ser maestra? Paula Muriel Martinez

25/07/2014

La maestra de grado Paula Muriel Martínez se incorporó a nuestro grupo de reflexión sobre la práctica hace unos meses. Su presencia sumó a nuestros intercambios y debates,  juventud, claridad, inteligencia, convicción. Hoy nos aporta su conmovedora reflexión acerca de quiénes, dónde y cómo le enseñaron a ser maestra que compartimos con nuestros lectores

¡Qué viva la Escuela Pública!

¿Qué cuándo aprendí a ser maestra?

No, no fue el día que me entregaron el hermoso diploma con su correspondiente analítico en la Escuela Normal “Mariano Acosta” (esa donde da clase el profe, piola, canchero y progre, sentado en una mesa,  que intentó llamarme “la mujer de” y a quien tuve que explicarle que mujer “de” nadie: novia, compañera o amante, pero “de” nadie). No, tampoco fue el día que entregué ese primer plan de clases, donde detallaba perfectamente lo que iba a hacer (o a intentar hacer) con ese grupo de niños y niñas a los que desconocía por completo (sí, en serio, desconocía sus nombres completos, sus historias escolares y familiares, el barrio donde vivían… hasta desconocía el cuadro de fútbol por el que sentían pasión, cosa rara, porque en esta ciudad, es casi casi lo primero que te enterás de un niño).  Pero, no… ni a palos lo aprendí en las horas de “Didáctica de las ciencias naturales 2” cuando nos dictaron, a los futuros maestros y maestras, cien palabras para ver si teníamos faltas de ortografía.

Hubo un día, luego de otros muchos días de ejercer en escuelas públicas y privadas, en que aprendí a ser maestra. Fue cuando, a los poquitos días de ingresar como maestra de 6° y 7° de una escuela pública (a la que amo profundamente), un niño, al que llamaré M., alumno de 6°, me dijo: “Yo no puedo escribir lo que me decís, yo soy analfabeto”. Sí, no solo utilizó dos veces el “yo” para afirmar que era a él mismo a quien se refería y que a mí no me quedaran dudas, también, luego de 7 años de escolaridad (porque es “repetidor”) ese niño se autorpoclamaba como “analfabeto”

¡Pero claro que es un sorpresón! Esa sorpresa, inesperada, indescriptible, angustiante, desafiante y canalla, me enseñó a ser maestra.

Ese pibe, me puso los pies en una escuela. Me enseñó que no importa todo lo que me haya leído en el profesorado, ni las películas “educativas” sobre “Educación Prohibida” que haya visto  en youtube (confieso que no llegué al fin de la misma), ni los muchos planes de clase elaborados a dos columnas en el profesorado (y miren que tenían los tres tipos de objetivos y toditos los contenidos), ni mucho menos ese querido Diseño Curricular (yo no soy de la época del “Libro gordo de Petete” del que tanto hablaban en el profe). Me enseñó que todas esas cosas no son nada si no te sentás al lado del pibe o de la piba y le preguntás qué creen de ellos mismos y con qué sueñan. Porque podemos dar hermosas, creativas y tecnológicas clases, pero lo que un pibe cree de él o una piba cree de ella y de sus propios entornos y aprendizajes, y sus sueños son el punto de partida de cualquier proceso de enseñanza-aprendizaje. Sin contar lo que nosotros, maestros y maestras, creemos de nosotros mismos y soñamos de nuestra tarea.

Volví a casa casi llorando (confieso que no fue ni la primera ni la última vez que llegué así, debe ser que tengo el moco fácil). Les reclamé en silencio a las maestras de los otros años, a mi formación pedorra, al sistema educativo y a la propia familia de M. (tardé unos pocos días en enterarme que M. es primera generación de alfabetos, cuando su mamá, por primera vez, se atrevió a confesarlo). Putié (sí, las maestras puteamos). Putié al ministro de educación y todos los educólogos egresados de toooooodas las Universidades especializadas en infancia, educación y problemáticas de la educación de no sé qué, que en su vida le suenan los mocos a un/a niñx. Putié. Lloré. Me calmé. Recordé por qué había decidido ser maestra. “Soy una chanta, por eso me pasa esto”. Yo decidí ser maestra porque soy egresada de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, ex conservatorio municipal de teatro… soy actriz, “pero con título”.  ¿Qué de qué trabaja un actor recibido? De profesor de teatro. “Necesitás un título habilitante. Anotate en cualquier profesorado, y con esos dos títulos, te anotás en la junta y …” dijo alguien que no recuerdo bien quién fue.

Carpeta de tres solapas en mano (en la municipalidad el comercio de las carpetas de tres solapas debe dar más guita que imprimir billetes truchos), fotocopias de todo lo que se les ocurra y a hacer la cola de inscripción en el Mariano Acosta, donde “la carrera de maestra es de tres años, pero si le metés pata, en dos y medio la sacás” agregó alguien que tampoco recuerdo. Y me anoté. Lo que no sabía, es que esa carrera iba a tomarme la vida. ¡Qué me importa el teatro! ¡Dame un aula!

Sí, soy un poco chanta; yo no tuve ni la vocación, ni el amor a los niños y la cartulina, ni la devoción y el sacerdocio que dicen los medios de comunicación (todos los marzos) que los maestros y maestras tenemos (y que por eso los reclamos por mejoras laborales son un delirio). Lo que sí tuve, y aún hoy mantengo, es el sueño de juntarme con otros y con otras y cambiar el mundo. ¡Ah! Y también necesitaba laburo. Como casi todo el mundo.

Pero desde ese primer momento en el que empecé a prepararme para el día en que M. me enseñó a ser maestra, me enamoré de esta profesión. M. me enseñó todo en una sola interpelación; me enseñó que lo primero en una escuela, son los pibes y las pibas, mucho antes que cualquier papel, plan de clase o boludez con la que te persiguen por los pasillos; me enseñó que no hay que dar nada por supuesto: lxs pibxs, son el punto de partida de cualquier decisión pedagógica que tome; me enseñó que las familias no son las culpables de todo mal, son solo familias, que hacen lo que pueden en muchos casos y lo que les permiten, en otros tantos. Me mostró que, a veces, tenés que ponerle cara de perro a los que te rodean y pelear con uñas y dientes por esxs pibxs, que no importa lo que la escuela piense de ellxs, ni lo que piense el barrio, ni los medios de comunicación, ni lo que pensamos los propios maestros y maestras… lo único que importa, es lo que ellxs piensan de ellxs mismxs y lo que sueñan.

M. me mostró que lo que un/a pibx piensa de él/ella puede ser una tragedia. Y que eso que piensa, no lo piensa por sí solo. La escuela, es una parte de la construcción de ese pensamiento. La escuela, muchas veces, les dice a lxs pibxs lo mismo que le dicen sobre ellxs la tele, las señoras bien, la policía… Pero la escuela no es ni la tele, ni una señora bien, ni la policía. La escuela es… la escuela. Un lugar donde niños y niñas se acercan, porque sus familias (que confían plenamente en esa institución) los llevan allí. Les compran sus cuadernos, sus lápices, sus guardapolvos blancos y los dejan ahí, con “la señorita”, con “el profe”. Los dejan ahí.

Y ahí estamos nosotrxs, lxs que tenemos que decirles que los estábamos esperando, que vamos a planear juntxs todo lo que sea necesario para aprender todo lo que podamos. Los esperamos para decirles que vamos a esforzarnos mucho para descubrir, juntxs, el mundo y sus capacidades: las expresivas, las deportivas, las científicas, las artísticas… Los esperamos para decirles que sus dibujos son hermosos y que, si quieren, tenemos un color que ellxs por ahí no conocían y que a lo mejor hace brillar más su trabajo; que lo que escribió es hermoso, es casi música, pero que por qué no aprovecha y se sienta con su compañerx y buscan juntxs cómo llevarlo hasta el lugar donde nos haga bailar en el festival del año. Los esperamos para decirles que cuenten con nosotrxs, porque nosotrxs, desde que nos pusimos el delantal blanco, contamos con ellxs. Para todo esto los esperamos. Pero nunca, jamás de los jamases, los esperamos para decirles que están vacíos, que sus familias tienen la culpa, que con ellxs ya no se puede hacer nada, que no son capaces de crear ni de transformar el mundo… nunca lxs esperamos para decirles que son analfabetos.

“Yo no puedo escribir lo que me pedís, yo soy analfabeto”. “Vos no sos analfabeto. Yo me voy a sentar con vos y vamos a escribir juntos para nuestro programa de radio. ¿Qué te gustaría contar?”. M. se transformó durante un año en casi un corresponsal de lo que ocurría en el barrio: la acumulación de basura en los pasillos, la pintura de dos de las manzanas, las cloacas de la otra manzana que construyeron los vecinos… M. me enseñó que no hay pibes analfabetos, sino que hay escuelas que no tienen ni letras ni palabras para esxsniñxs. Escuelas que no lxs conocen ni a ellxs, ni a sus familias, ni a sus maestrxs. M. me mostró que vale la pena calzarse el guardapolvo de batalla y salir con lxs compañerxs a caminar las calles levantando nuestras banderas, las de la educación pública, gratuita, laica y de calidad. Todo eso, lo aprendí gracias a M. Lo aprendí el día que me dijo “Yo no puedo escribir lo que me pedís, yo soy analfabeto” y me enseñó a ser maestra.

Y es cierto, M pudo más que las instituciones formadoras, que los doctos especialistas en educación y sus discursos sobre la pobreza simbólica de los chicos pobres, condenados a no aprender por el delito de ser hijos, nietos, bisnietos, tataranietos de pobres. M pudo más que los funcionarios que encubren con la promoción automática su impotencia para alfabetizar a los alfabetizables El alumno M le enseñó a su maestra Paula que el monstruo de la deprivación sociocultural es solo un prejuicio disfrazado de verdad científica. Y entonces Paula, maestra de grado, promovió entre muchas otras maravillas la producción de  ...

Instrucciones para…

“Instrucciones para…” nació como un juego en la biblioteca. Desde principio de año, conjuntamente con la bibliotecaria escolar, leímos diversos textos de Cortázar, de su libro “Historias de cronopios y de famas”. Cada día, después de la lectura, los chicos y las chicas expresaban su parecer sobre lo leído: si les había gustado, si era difícil de entender, si les daba risa o un poquito de pena…

A lo largo de los encuentros, fueron descubriendo ciertas características comunes de todo lo leído, algo así como lo que llamamos “estilo”.

Seño, es como que da instrucciones pero de forma graciosa – dijo Valentina.

Sí, y como para hacer volar la imaginación – agregó Oliver

Pero explica paso por paso, para que se entienda bien – Completó Itatí

Y a veces mete animales, como la polilla a la que le escucha el corazón – volvió Valentina, a la que le encanta escuchar lecturas y escribirlas.

Al encuentro siguiente, la bibliotecaria se apareció con una idea genial: armar binomios de acciones y cosas que mezcladas sean disparatadas. Entonces, en parejas, eligieron su binomio, y se largaron a escribir. De ese juego, nacieron varias instrucciones que “no tienen que ser como cuento, seño. Son paso por paso”. De entre varias, comparto con ustedes una de  las escritas por Valentina y Yanina (escribieron algunas más, muy hermosas también, pero elegí esta). “Es para leer cuando estás medio medio” dijeron.

"Instrucciones para liberar la noche"

Cuando nos sentimos encerrados como un caballo en el establo, no tengas miedo, el jinete no es malo. Puede pegarte, lastimarte, hasta cansarte, pero tú puedes hacer esto:

1) Respira hondo para liberar encerramiento, para abrir el establo y para no tener miedo.

2) Acercate al jinete. Lo verás y sentirás una sensación extraña en la barriga, como si una aguja te pinchara.

3) Para evitar esto, usa tu hocico como un caballo acariciando al jinete, y él te acariciará. Y desde ese momento, lograrás liberar la noche..."

Valentina y Yanina – niñas de 11 años, de 6°

 

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